domingo, junio 10, 2007

Curso de autodefensa psíquica

Curso de autodefensa psíquica
Capítulo: El porqué de este curso 1 / 61
Soy absolutamente conciente de que el mero hecho de escribir una serie de textos sobre lo que entiendo como "Autodefensa Psíquica" (si lecciones para un aula virtual o artículos para revistas especializadas es apenas anecdótico) puede generar las más variadas como desconcertantes reacciones: desde quienes supongan haber encontrado la respuesta a todos sus dramas cotidianos, hasta las de quienes mirarán con desconfianza aquello que considerarán una extrapolación de la superstición. Empero, dedicado desde hace casi veinte años a la docencia, investigación y práctica parapsicológica, no puedo soslayar lo que, a mi modesto saber y entender, constituye una de las aristas fundamentales en la problemática del hombre y la mujer contemporáneos: las agresiones psíquicas. Este término bien podrí a reemplazar (y englobar) a una amplia gama de circunstancias propiciatorias de perturbación mental, desde la "envidia" cotidiana hasta lo que, vulgarmente, suele llamarse "maldición", "daño", "hechizo", "maleficio". Es decir, más allá de los procesos autosaboteantes, autoboicoteantes de la naturaleza humana, de la Sombra que anida en todos y cada uno de nosotros (la que también analizaremos) debemos asumir que nos movemos en un océano de energías de donde muchos de los bemoles que padecemos día a día pueden ser consecuencia de la direccionalidad de los pensamientos emanados, consciente o inconscientemente, por nuestros congéneres.
El adecuado desarrollo de estas lecciones, empero, necesita partir de ciertos presupuestos básicos.
Enti éndase bien: no porque esta exigencia demande un "acto de fe", sino porque, si bien a lo largo del tiempo iremos cuando quepa desarrollando las evidencias que avalen ciertos conceptos aquí vertidos, es necesario, si de progresar en este sendero se trata, partir de un lenguaje com ún. De lo que estoy hablando es que si, valga por caso, un escéptico racionalista ocioso desea sumarse a esta aula virtual, polemizando con su propio -y respetable- punto de vista, ello no sólo nos apartaría de la raz ón de ser por la que este espacio fue creado, sino que incomodaría a quienes con sus también respetables opiniones se sumaron con el objetivo de avanzar en una determinada vía de conocimiento. De aceptarse tal eclecticismo, todos nos veríamos perjudicados: los alumnos no avanzarían al ritmo que seguramente desean en la sucesi ón de lecciones, yo no podrí a explayarme en la materia porque tendrí a que dispersar tiempo y energí as en refutar a mi amable contendiente, y el escéptico racionalista no sólo no nos harí a cambiar de opini ón sino que tampoco mudaría él sus aferrados puntos de vista. Salvo honrosas excepciones históricas, no conozco una sola persona que, positiva o negativamente vuelta hacia estas tem áticas, haya cambiado de postura a partir de una discusión intelectual. Tengo (mis allegados lo saben bien) un largo pasado de polemista, gráfico, radial y televisivo, pero a esta altura de la vida he descubierto que la pol émica de nada sirve. En ella, cada una de las partes, quiz ás involuntariamente, sólo trata de lucirse m ás, resultar m ás convincente, brillante, ocurrente o magn ético, de donde el fondo argumental -lo que debería ser la esencia de todo disenso- queda eclipsado en los pasos de baile medi áticos de dos gallos de ri ña intelectuales esforz ándose por ganarse el favor del público. En las pol émicas no gana la Verdad: sólo quien tenga mejor manejo de escenario.
Nada me molestarí a m ás que este enunciado de principios sea tomado como un acto de censura. Simplemente, si queremos avanzar en algo, debemos ceñirnos a cierta rutina de trabajo. Me parecería sumamente constructivo que mis alumnos aporten sus puntos de vista, aun opuestos a los m í os, pero basados en la misma idiosincrasia que aquí nos nuclea.
Esa enunciación de principios parte de la aceptaci ón de una amplia gama de fenomenología parapsicol ógica. De la posibilidad de que, consciente o inconscientemente, ciertas personas puedan valerse de parte de esa misma fenomenolog ía para accionar sobre terceros (sin duda también positivamente; pero a los efectos de este curso, obviamente nos interesa considerar y prevenir su aspecto negativo). De la existencia de diversos planos de realidad o manifestaci ón de la Vida en el Universo. De la presencia e influencia de entidades no f ísicas, espirituales, entre y sobre nosotros. De la capacidad casi ilimitada de la mente. De la supervivencia a la muerte.
Sin duda, algunos podrán señalar que muchas de mis afirmaciones son sólo "suposiciones", y en forma alguna están probadas. Ocurre que soy un convencido de que una "prueba" no tiene valor por sí misma, excepto dentro del marco teórico o de creencias en la que concurre. Lo que yo empleo como "prueba" de una afirmaci ón m ía bien puede ser considerada "prueba" de una postura contraria.
O, para decirlo mejor, tal vez las pruebas que aportemos no correspondan al tipo de pruebas que la mentalidad científica dominante hoy en día exige. Tal vez. Pero, como dije antes -y sin que esto sea interpretado, espero, como una expresi ón de pedante soberbia- la raz ón de ser de este curso virtual no es conformar a la mentalidad científica, sino ayudar a la gente.
Finalmente, pido disculpas a aquellos de mis alumnos que sean tambi én lectores de nuestra revista electrónica "Al Filo de la Realidad" si algunos de los ítemes son reiterativos, en la medida (como ocurrirá a continuaci ón con un artículo de mi autorí a que transcribo para clarificar ciertos conceptos iniciales) en que ya han sido publicados en n úmeros anteriores de nuestra revista pero, como comprenderán, es necesario en todo momento nivelar los conocimientos y manejar códigos comunes, y ello me obligará, a veces, a ser repetitivo. Después de todo, quiz ás no importe: esto es un curso, y vale repasar ciertas lecciones.

Capítulo: ¿Existen los "hechizos" y "maleficios"? 2 / 61
Resulta tragicómico observar que colegas parapsicólogos de la m ás variopinta extracción, generalmente de posiciones encontradas en cuanto a su apreciaci ón sobre aspectos si se quiere generales de estas disciplinas, parecen reaccionar com únmente cuando, en cualquier conferencia o reuni ón de interesados, alguien del público hace la pregunta "maldita": ¿Existe el "daño"?.
Y al hablar de daño, uno no puede dejar de pensar en los innumerables sinónimos con que se le conoce: hechizo, maleficio, brujería, "payé, "gualicho", trabajo, atadura, mal... Todos términos populares que podríamos reducir en el de "ataque psíquico", definible como la posibilidad que, consciente (ya sea a trav és de un "ritual " o técnica especí fica) o inconscientemente y movilizando energías psíquicas, se ocasione perturbaciones de cualquier índole (fí sicas, psíquicas, espirituales, emocionales, sociales, afectivas, econ ómicas) a un individuo o grupo de individuos.
Ciertamente, en la actualidad puede parecer poco "serio" hablar de "agresiones ps íquicas". Empero, un simple -y terrible- razonamiento nos llevará a advertir que la cuestión no es tan sencilla de refutar y que puede fundamentarse cientí ficamente.
Hoy en día, nadie niega en los ámbitos académicos vinculados a la Parapsicología la concreta existencia de dos específicos fen ómenos paranormales: la telekinesia y la telepat ía.
De la primera, recordemos que se define como "el movimiento de objetos inanimados por acción de la mente". La telekinesia tiene, adem ás, dos aspectos particulares: uno conocido como psicokinesis (en los diccionarios figura como "acción de la psiquis sobre sistemas físicos en evolución" y, para que esto sea m ás entendible, citemos como ejemplos de psicokinesis: alterar la disposici ón con que cae un grupo de dados sobre una mesa, o aquella situaci ón que cualquiera puede experimentar en casa, de tomar dos plantas iguales y dedicar diez minutos diarios de atención y afecto a una, pero ignorar a la otra, observándose al cabo de un par de semanas que la primera se desarrollará algo así como un sesenta por ciento m ás que la "abandonada"), y otro como hiloclastia (rotura paranormal de objetos: un foco de luz que estalla acompañando el estallido de ira -o su represi ón- de un adolescente). Estadística y experimentalmente, todos estos fenómenos son parte del "hábeas" académico respetado hoy en día.
Ahora bien. Supongamos que una persona idónea en psicokinesis (voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), así como provoca artificialmente una multiplicaci ón en el crecimiento de una planta, puede provocar una multiplicaci ón, anormal y descontrolada, en el tejido celular de un órgano específico, ¿no estaríamos en presencia de un carcinoma, una forma de cáncer, al que eufem í sticamente podemos con toda corrección denominar como un "crecimiento anormal y descontrolado de células"?.
¿Y qué ocurriría si, contando con motivos para dirigir su odio, descargara esa energía "hilocl ásticamente" sobre el cerebro de otra persona, provocando la rotura de una arteria?. ¿No moriría la misma por ese aneurisma?.
Y en el campo del "daño" sembrado voluntariamente, la repetici ón de un ritual (sea éste ocultista, o una maldici ón gitana, o una oración pseudorreligiosa, en fin, cualquier intenci ón mental cuantitativa y cualitativamente fuerte y sostenida), ¿no podría llevar a que una pulsi ón negativa sea "sembrada" en el área mental de otro individuo, impulsándolo a acciones erróneas?. Pongamos un ejemplo: si yo pienso repetida e intensamente en que "X se pelee con Z", la emoción transferida ("odio a Z") puede, telepáticamente, "ensuciar" los verdaderos sentimientos y pensamientos de "X" quien, al encontrarse con "Z", y al sentir odio dentro de sí contra éste puede peligrosamente interpretar que ese odio es real, propio, justificado, y en consecuencia llevarlo al conflicto.
En resumen, si un individuo puede mover telekinéticamente un objeto, destruirlo o alterarlo en su naturaleza o comportamiento, también puede intervenir en el metabolismo de otro sujeto, alter ándolo (perturbándolo así físicamente) o bien, por acción telepática, distorsionar su percepción de la realidad (endógena y exógena), desequilibrándolo en las dem ás áreas. Y convengamos en algo: reconocer la realidad de la telepatía, la telekinesis y sus variantes y empecinarse en no aplicar sus eventuales consecuencias sobre la vida humana como sustrato fenomenológico de los "hechizos", responde más a personales prejuicios o anteojeras intelectuales que a una imposibilidad material.
Esas técnicas agresivas dependen m ás de la intensidad con que son ejecutadas (por ser las emociones no solamente el factor primitivo de la psiquis m ás poderoso sino también movilizadores naturales de poderosas fuerzas energ éticas) que de lo ritual í stico o litúrgico en sí: un "brujo" que clave agujas en serie en una cadena de mu ñecos tendrá, seguramente, menos éxito que aqu él que, tal vez haci éndolo por primera vez, concentra toda su atenci ón para no incurrir en errores y con ello, no sólo sus emociones, sino tambi én su potenciallidad parapsicol ógica. Siguiendo esta corriente de pensamiento, hasta la simple, dominante y cotidiana "envidia" es una forma velada de ataque psíquico.
En consecuencia, todas las técnicas defensivas deberán acusar la misma correspondencia: no solamente repetir la técnica en sí (como enseñamos en nuestros cursos sobre "Autodefensa Psí quica") sino poner en la misma toda la "fuerza interior" posible. Sintéticamente diremos que, siempre, la mejor defensa mental será lo que en Control Mental Oriental se denomina densificación del pensamiento. Y una buena dosis de sensatez: despu és de todo, no son brujas todas (o todos) los que dicen serlo.

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Capítulo: Las agresiones psíquicas




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En nuestra lección anterior estuvimos repasando algunos conceptos afines al problema de las "agresiones psíquicas". Ya, en nuestro curso básico de A.P., que entiendo tendrán en su poder, he planteado algunas descripciones de las mismas en cuanto a su naturaleza, sintomatología y forma de combatirlas. También, la fundamentación, cuanto menos parapsicológica, que avala la presunción de existencia de las mismas.
Empero, siempre el primer punto al considerar la eventualidad de haber sido atacado de estas formas descriptas (y de otras que describiremos en próximas lecciones) debe ser el poder excluir cualquier otra razón o etiología para el problema. En efecto, en ciertos individuos, diríamos que con personalidades deficientes, existe una innata tendencia a ver "brujerías" por todas partes, y el simple accidente hogareño de apretarse el pulgar con una puerta o una baja en las ventas del negocio es, a sus ojos, más fácilmente atribuíble a algún "daño" que a otras causas dictadas por el sentido común: a fin de cuentas, el menos común de los sentidos.
No estoy tratando aquí de imponer un "principio de economía de hipótesis" (popularmente conocido como "navaja de Occam", por tratarse de un benedictino inglés, William de Occam, quien lo formulara allá por el siglo XIII) consistente - como sabemos dice el mismo- en apelar en primer lugar a las explicaciones más sencillas y, sólo para el caso que que éstas no agoten todas las manifestaciones a explicar, pasar a otras de mayor complejidad. Y digo que no apelaremos al respetable principio enunciado por el simple y perogrullesco hecho de que, en los terrenos fronterizos de la mente, ¿qué es, necesariamente y por fuerza de qué designio, más sencillo que otra cosa?. Uno puede pensar que los extraños golpeteos, cambios de temperatura y bultos que se menean en casas abandonadas, antes que tratarse de espíritus podrían remitirse, por imperio del principio de economía de hipótesis a una multitud de posibles explicaciones: chuscos dedicados a asustar al vecindario, humedad en los muebles, extrañas corrientes de aire de veleidoso desplazamiento... pero cuando lo complicado y "traído de los pelos" de estas "explicaciones" nos dicen que son casi forzadas a punta de pistola a encajar en los hechos, entonces la explicación de entidades inmateriales haciéndose notar resulta por fuerza de las circunstancias mucho más sencilla que ese sainete de razonamientos mecanicistas.
Lo que trato de decir es que la suposición de que una concatenación de fenómenos naturales es más sencillo que una aparición espiritual es sólo cuestiòn de perspectivas y paradigmas. A mí -aunque esto sea muy personal- siempre me pareció más sencillo (en el sentido de "menos complejo"), por caso, presumir la manifestación de un "paquete de memoria" (recuerden: tecnicismo que en Parapsicología reemplaza al vulgar "fantasma") que en una percepción disminuída multiplicada por psicosis colectiva entre un grupo de testigos de un "fuego de San Telmo" amplificado por la ionización coroidal de un toroide metálico asociado a la acción de personas desconocidas presumiblemente activando por control remoto un aparato de aire acondicionado en la vivienda" (juro que no miento: esta es la explicación que me dieron los escépticos de una popularizada manifestación "poltergeist" en la provincia donde resido).
Así que no se trata de hablar de "economía de hipótesis". Se trata de salvaguardar la propia estabilidad psíquica. Porque, amigos míos, sean conscientes, necesariamente conscientes, de algo importante: más allá de la fascinación y el interés que nos despierte el mundo de los fenómenos paranormales, en todo momento debemos ser cautos y objetivos, so pena de "infectarnos", psicológica o parapsicológicamente, de algunos de sus defectos.
En algún lugar he escrito que son más bien pocos los que se acercan a estas disciplinas por simple inquietud intelectual. El resto, una mayoría, lo hace dominado por tres pasiones: o se cree en posesión de algún don o misión particular, o necesita resolver urgentemente determinado problema, o quiere adquirir herramientas para imponer su voluntad sobre terceros. Es fácil, entonces, caer tanto v íctima de la manipulación del santón de turno como salir disparado al Parnaso de los que se creen elegidos. Una constante autoobservación, una buena de dosis de humor (hagamos las cosas con seriedad, no con solemnidad, pues ésta va de la mano de la rigidización y la fosilización de las formas y los pensamientos, y de allí al fanatismo el camino es muy corto) y un adecuado tiempo de reflexión antes de abrir la boca serán buenas medidas a tomar en cuenta.
En consecuencia, no podemos ser nosotros, que tratamos de aprender (para nosotros mismos y para nuestros seres queridos) formas de Autodefensa Psíquica, víctimas de lo que considero una de las peores enfermedades del espíritu humano: la excusitis. Una verdadera "infección del alma", que consiste en creer que siempre son "los demás" los responsables de nuestros problemas y desgracias. Nos quejamos del Gobierno, de la educación que me dio papá, de la sociedad, del barrio en que vivo... olvidando que el peor enemigo que enfrentamos en la vida es tan astuto, que nos distrae haciéndonos proyectar en otros nuestros males, mientras él yace oculto dentro de nosotros mismos. Quienes hayan leído mis reflexiones sobre La Sombra que anida en cada ser humano (y sobre la cual, sin duda, he de regresar) entenderán perfectamente a qué me refiero.
Todo esto apunta a señalar que en demasiadas ocasiones, cuando las cosas comienzan realmente a andar mal en la vida de uno, mucha gente sospecha de haber sido víctima de una agresión psíquica. Y es indudable -de no ser así, no tendrían razón de ser estas líneas- que en muchos casos puede serlo, pero no descuidemos atender que también existen concatenaciones de causas naturales para explicar las complicaciones que nos rodean. Más aún, la causa de nuestras desgracias bien puede seguir siendo espiritual, pero sin entrar necesariamente en el concepto de agresiones psíquicas: pésimas aspectaciones astrológicas o el propio Karma, por ejemplo, serían buenos ejemplos. Desde el punto de vista ocultista, verbigracia, una sucesión de problemas podría deberse, más que a una brujería, al imperio de la Ley de Serialidad.
Todos los eventos universales tienden a agruparse de acuerdo a su idéntica naturaleza.
La gente, por ejemplo, espontáneamente tiende a aglutinarse según idiosincrasias comunes y... ¿acaso ustedes no advirtieron que cuando algo en sus vidas cotidianas les sale bien, parece tener una "seguidilla" de aciertos y, por el contrario, después de un contratiempo parecen aglutinarse, a veces por varios días, novedades igualmente contrariantes?. Dicho de otra manera, los eventos favorables se agrupan en conjuntos favorables, y los eventos desfavorables lo hacen también en conjuntos desfavorables. Es en este contexto que se entiende con más precisión el sentido de disciplinas como el Tarot o la Astrología: tienden a orientar al ser humano hacia los conjuntos favorables o bien alejarlo de los desfavorables (y antes que me atosiguen con preguntas: sí, iremos, poco a poco, desarrollando estos conceptos también).
Así que es bueno saber dónde se encuentra uno psíquicamente parado. E importante - para aquellos que sean o proyecten ser parapsicólogos profesionales- al enfrentar la consulta de un caso de estas características. Porque, si nuestra formación psicologista es nula, ¿cómo distinguiremos a un enviado de lo Alto respecto de un esquizofrénico, a simple vista?.
Obviamente, este no es un curso sobre Psicología Clínica. Pero conviene tener en claro algunos conceptos.
Por caso, saber que existen tres grandes grupos de problemáticas psicológicas, ámbito en el cual preferentemente no se habla de "enfermedades" sino de "alteraciones" o "disociaciones" de la personalidad o la conducta. Esta elemental pero descriptiva clasificación nos da, tácitamente, una herramienta para reconocer cada tipología de problemática.
Neurosis: existe neurosis cuando el individuo padeciendo alguna alteración, es consciente de ella (se da cuenta que la tiene) y busca hacer algo (correcto o incorrecto, es un detalle) para subsanarla. Va al médico, se toma unos días de vacaciones, aporrea una bolsa en el gimnasio, empieza a gritar o a llorar volitivamente, acude a un psicólogo o patea al gato después de romper algunos jarrones... Ciertamente en mayor o menor medida, todos somos neuróticos: eso no es un problema. El problema es si procedemos correcta o incorrectamente para manejarlo.
Psicosis: En las psicosis el individuo afectado cree que él está bien, es sano, y que los locos son todos los demás. Es el típico: "Mire, yo vine porque me trajo mi mujer, pero es a ella a la que tendría que atender". Generalmente el psicótico es el único verdaderamente incurable, precisamente porque, si no quiere aceptar su problema, no acepta someterse a tratamiento alguno.
Los esquizofrénicos son esencialmente psicóticos: construyen sus propios andamiajes intelectuales para justificar desde sus visiones a sus manías persecutorias (es el caso de los paranoicos: siempre encuentran una conspiración -esencialmente contra ellos mismos- detrás de cada árbol) y, dueños de una extraña pero afinada lógica paralela (son espontáneamente muy inteligentes) nos explican por qué quienes realmente estamos en problemas somos todos los demás.
Psicopatías: El psicópata, en cambio, sabe perfectamente que lo que hace está mal, pero no puede hacer nada para detenerlo, para remediarlo. Es el individuo que le dice a su médico: "Yo sé que no está bien matar gente; pero ciertas noches tengo unos deseos irrefrenables de salir a matar ancianitas...". Compulsivo, no puede ordenarse no hacer lo que en otras circunstancias odiaría. El sádico sexual es psicópata; muchos de ellos se suicidan para obligarse a interrumpir su serie de crímenes, muchos otros, conviven con el dolor de no querer haber sido lo que fueron, para citar sus propias palabras. En ocasiones, el maníaco depresivo es psicópata: sabe que está mal deprimirse, pero no puede hacer nada por evitarlo. El suicida, tampoco quiere morir, pero, según su extraño juego psíquico, debe hacerlo.
Así que, en muchas ocasiones de nuestra práctica de campo, hemos de encontrarnos con individuos que están completamente convencidos de haber sido v íctimas de algún hechizo, establecen extrañas asociaciones entre hechos inconexos de su vida y, si no alimentamos esa creencia, seguramente se alejarán desilusionados de nosotros buscando no quien les diga la verdad, sino quien les diga que lo que ellos creen es lo correcto, lo cual es muy distinto. Estaremos entonces frente a individuos con rasgos paranoides, necesitados de asistencia especializada más que de protección metapsíquica.
También frecuentemente hemos de topar con personalidades histéricas (es un problema mayoritariamente femenino, si bien se han detectado algunos casos en hombres; precisamente, su nombre vienen del vocablo griego hysterion, que significa "vagina") necesitadas de llamar masivamente la atención sobre sus personas, generalmente como forma de compensación de sus carencias afectivas. Tales, estarán permanentemente "embrujadas" por tal o por cual, y por cada demonio que les exorcisemos nos asegurarán que una docena o más esperan a las puertas de sus casas.
Así que nuestra primera tarea será observar a nuestros pacientes a la búsqueda de actitudes paranoicas o histéricas: si tales aparecen, más vale proceder con cautela.
Sin duda, algún alumno se preguntará si, ante personas con tales problemáticas, no podemos hacer algo por ayudarlas. Y aunque parezca no tener conexión lógica, permítanme colocar en el mismo plano otra situación previsible: cuando se necesita ayudar psíquicamente a alguien que, por ignorancia, escepticismo o temor, no desea ser ayudado.
Para ambos casos, la pregunta puede ser: ¿igualmente, podemos hacer algo por ellos?.
Ante un psicótico, no dudaremos, si es que conocemos las técnicas, en tratar de llevarle un poco de paz. Pero no para los demás casos, aunque esto parezca violar flagrantemente las tendencias bondadosas de quien haga la pregunta. Y me explico.
Supongamos que una consultante habitual mía me pide "proteger" a distancia -lo que es perfectamente posible- a un hermano, pero, claro, sin que él lo sepa, porque, digamos "es muy raro". Si bien una lectura humana pero superficial me llevaría a entender que siendo mi fin noble y positivo podría intentarlo, una consideración más atenta implica ciertas precauciones.
Ese hombre eligió no aceptar, no interiorizarse, no creer -llámenlo como quieran- en "estas cosas". Es una elección: en una época globalizada como la que vivimos, nadie puede seriamente argüir no haber tenido de una u otra forma, acceso a la posibilidad de saber algo más sobre algún tema que le interese. Ergo, la persona que opta por no "creer" en la Parapsicología o la Autodefensa Psíquica ejecutó una elección. Y el don más grande que Dios le ha dado al ser humano es, precisamente, el libre albedrío. La capacidad de optar. De elegir entre el bien y el mal. Entre lo correcto y lo incorrecto. Entre aceptar ayuda o rechazarla. ¿Y quién soy yo para violar una disposición divina?. ¿Cómo puedo sensatamente creer que mis intentos pueden vulnerar impunemente una ley de Dios?. Por consiguiente, o no puedo hacerlo, o, ejecutando también yo mi libre albedrío, sí hacerlo, pero ateniéndome a las consecuencias. Insisto: no basta con que la intención sea buena; deben ser correctos los procedimientos porque -repitamos a coro- el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones...
Así que a la hermana deseosa de ayudar secretamente a su pariente testarudo, deberé amablemente responderle que no, tratando de explicarle las razones. Tal vez las entienda, tal vez no. En cuyo caso, buscará otro especialista que sí, tal vez, ceda a sus ruegos. Y la buena intención, por atentar contra una emanación sefirótica de la Divinidad, trocará en una acción incorrecta. Y a ambos, autor intelectual y material, les toca -quizás sólo un poquitín- de deuda kármica.
Claro que el argumento de la violación del libre albedrío será despreciable para alguien que ponga en duda la existencia de Dios, sobre la cual se sustenta la teoría. Bien; Dios, Brhama o Consciencia Cósmica, dénle ustedes el nombre que deseen, no se trata sólo de fe y creencias, se trata también de evidencias -si se me permite la expresión- que, como reflejos distorsionados en un salón versaillesco, luego de rebotar sobre opacadas lunas nos sigue diciendo que allá afuera brilla la Verdad. Y sobre esas evidencias volveremos en próximas lecciones.
Agresiones Psíquicas no son solamente las originarias en grupos de práctica esotérica oscura, perturbaciones colaterales al desenvolvimiento de entidades espirituales varias o energías negativas pululando a nuestro alrededor. Agresiones Psíquicas nacen y se extienden dentro de los esquemas mentales ordinarios de nuestros grupos sociales.
Vivimos en un océano de energías. Somos, básicamente, energía organizada. Quizás ni siquiera eso sino más bien "información" en el sentido cibernético de la expresión. La distinción entre "cuerpo", "mente", "campo bioenergético", "cuerpo astral", "espíritu" y cuantas subdivisiones se discute y se seguirá discutiendo, es ilusoria. Grados distintos de organización de una única materia universal. Sólo si comprendemos, entonces, los Principios Fundamentales que los Antiguos nos han legado, advertiremos cómo la Autodefensa Psíquica no es un snobismo: es una necesidad. Porque de la lectura de las líneas que siguen, deviene la certeza de cuán natural y accesible le es al ser humano proteger o atacar, sanar o enfermar, construir o destruir mentalmente, sean con la mera obsesión, sea con un mechón de cabellos...
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Capítulo: Ley del mentalismo




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Se enuncia diciendo: "En el Todo, Todo es mental". Pero no en el sentido de un subjetivismo kantiano dieciochesco, donde se sostenga que lo único "real", objetivo, soy yo y que todo lo que me rodea es sólo producto de mi percepci ón y mi mente, seguramente subjetivo y posiblemente irreal.
No. El mentalismo ocultista sostiene que todo lo que existe en el Universo es expresión cada vez más grosera, m ás material, m ás densa, de un Primer Principio extremadamente sutil y elevado, que podemos llamar Dios, Consciencia Cósmica, Brhama, inmanente en el Cosmos, y que se manifiesta en la naturaleza en distintos planos de vibraci ón cada vez m ás densa, ora como psiquis, ora como espí ritu, ora como materia. Vale decir que las cosas del Cosmos no son de naturaleza distinta entre sí, sino que esa Esencia Universal adopta en ocasiones la característica de la energí a, en otra circunstancia la de la materia, en una tercera la del pensamiento.
Para que esto sea más entendible, imaginemos un río. Un río que nace en una cascada, donde el agua fluye rápidamente y es cristalina, desplazándose luego por la llanura formando meandros, donde aquélla se torna lenta y turbia para morir en un pantano, donde el agua está quieta y oscura. A primer golpe de vista, ustedes pueden dividir el r ío en tres partes bien diferenciadas: aquí el agua es cristalina, más allá turbia, finalmente negra.
Pero, ¿ustedes podrían decir dónde termina un tipo de agua y comienza la otra?. No, porque en un punto cualquiera el agua es más rápida y transparente que unos metros río abajo, pero todav ía más lenta y turbia que otro tanto río arriba... y así en progresión infinita.
Es decir, la única diferencia es de grado, de densidad, pero no de naturaleza, y en un análisis pormenorizado todos los "sectores" del río son indistinguibles entre sí.
Lo mismo ocurre en el Cosmos. Todo es una sola cosa. Y, sugestivamente, la ciencia moderna viene a demostrar que las antiguas afirmaciones esotéricas eran ciertas. De Einstein para aquí, sabemos que materia y energía no son dos cosas distintas sino esencialmente los mismos elementos comunes manifestados de distinta forma. Tengo un pedazo de carbón y sé que es materia. Lo caliento y emite calor, es decir, energía. El calor no surge de la nada, ya que se genera a partir de los elementos constituitivos del carbón.
Un poco de calor inicial (el fósforo) excita y libera los átomos que coherentemente estructurados formaban la materia y, a partir de esa excitación inicial, aquellos, cumpliendo la ley de entropía, se disipan en forma de calor. Materia y energía, energía y materia son sólo dos caras de la misma moneda, son sólo una. Un trozo de uranio con un peso atómico 238 chocando con otro de peso 235, genera fisión atómica. Una explosión. Energía.
Trescientos años atrás, los científicos creían que el Universo estaba poblado por distintos tipos de energías y de fuerzas. Que el calor nada tenía que ver con el magnetismo, ni éste con la electricidad, ni aquellos con la gravedad. Pero en el siglo XIX un físico inglés, Maxwell, descubrió que electricidad y magnetismo no son dos cosas distintas sino dos aspectos particulares de un mismo principio que él llamó electromagnetismo. Y esta reducción y unificación de fuerzas continuó al punto de que con el advenimiento de este siglo los físicos sostenían que sólo cuatro eran las fuerzas que interactuaban en el Cosmos: el electromagnetismo, la gravedad, la interacción nuclear débil y la interacción nuclear fuerte (estas dos últimas responsables de las relaciones atómicas entre sí). Pero aparece nuevamente Einstein -cuándo no- y enuncia la Teoría del Campo Unificado, tan maltratada por los escritores de ciencia ficción y tan poco comprendida por el público. Einstein teoriza que gravedad y electromagnetismo no son dos fuerzas distintas, sino dos manifestaciones específicas y particulares de un principio vinculado a la deformación geométrica del espacio, que a veces se presenta como electromagnetismo y a veces como gravedad. Es decir, unifica (de allí el término) en una sola teoría de campo ambas fuerzas, con lo que las universales quedan reducidas a tres.
Hasta que en 1985 un astrofísico inglés llamado Paul Davies afirma que aun estas tres fuerzas son sólo aspectos de una única universal, que él denomina Superfuerza.
Finalmente, las investigaciones parapsicológicas contemporáneas han demostrado que la mente es energía, en el sentido de fuerza. Actúa sobre la materia física (telekinesis), altera, como veremos más adelante, la emulsión química de una película fotográfica en condiciones ideales experimentales ("psicofotografía" o "escotofotografía"). Así que por simple carácter transitivo concluimos que, si todas las energías son sólo una (incluso el pensamiento), si todas las fuerzas son sólo una, y si materia y energía son la misma cosa (recordemos que la materia es energía organizada y la energía, materia desorganizada)... ¿qué diferencia, qué distancia hay de la sutileza de la psiquis a la densidad de la materia sino únicamente diferencias de grado, de condensación?.
Para que esto sea más entendible, imaginemos una gigantesca olla repleta de polenta mal preparada. En algunos lugares, está grumosa; en otros, l í quida. Más all á, tendrá una consistencia media. A golpe de vista, puede decirse que allá la materia es grumosa (sólida), aqu í muy l íquida y acullá intermedia, pero en definitiva todo es polenta. Así ocurre en el Universo.
En otro sentido, esto expresaban los antiguos ocultistas cuando enseñaban que el Cosmos se dividía en siete planos de distinta densidad, en donde las entidades -como el ser humano- vibran en algunos de esos planos, y ciertas energías inteligentes (los "haiöth-hakodesch") en otros, tan reales y tangibles para sí mismos como nosotros lo somos para nuestros congéneres. Estos planos son, de mayor densidad a mayor sutilidad, "material", "mental inferior", "mental superior", "astral", "etéreo", "búddhico" y "átmico". Dios tiene consciencia átmica, y sus manifestaciones se desprenden "hacia abajo", hacia la materialidad. El hombre existe en los planos material, mental inferior, mental superior, astral y etéreo. El animal, en el material, mental inferior, astral y etéreo.
Los entes a los que aludiéramos, en el astral y mental superior, o astral y mental inferior (las larvas astrales), los hombres y mujeres elevados, además de los planos mencionados, en el búddhico, etcétera.
Esta categorización de la Naturaleza es asimismo afín con el principio khabbalístico de los sephirot. Un sephira" ("sephirot" es plural), es una de las maneras que tiene Dios de manifestarse en la naturaleza (una "emanación") y los diez niveles de manifestación ("Kether" o Espíritu, "Binah" o Sabiduría, "Chokmah" o Belleza, "Pechod" o Inteligencia, "Chesed" o Bondad, "Tipheret" o Equilibrio, "Hod" o Justicia, "Nitzach" o Valor, "Yesod" o Reflexión y "Malkuth" o Materia) señalan las diez virtudes que debe alcanzar el hombre si quiere entrar en comunión (común unión) con Dios, mediante uno de los treinta y dos "senderos" que comunican estos diez frutos del Árbol de la Vida, o Árbol de la Sabiduría, como también lo llamaban los esoteristas hebreos. Dios aparece como lo Supremo, Omnisciente, Omnipresente y Omnisapiente, llamado Ain Soph Aur ("La Corona Áurea") y sus emanaciones van descendiendo hasta irradiar Malkuth, caracterización de lo material.
Por supuesto, un lector escéptico -si ha sobrevivido a la lectura de estas líneas hasta aquí puede argumentar que esta disquisición, si se quiere filosóficamente aceptable, peca por un defecto: lo indemostrable de ciertos principios que aquí damos como ciertos, por ejemplo, la existencia del llamado "mundo astral". En efecto, ¿qué evidencia podemos aducir nosotros, los ocultistas, de que lo "astral" existe?. ¿Que hablar de "cuerpos astrales" o sucedáneos es más que un gratuito ejercicio de la imaginación?. Puedo aportar seguramente referencias de índole vivencial, místicas o paranormales pero, para un observador exterior al tema y objetivo, ¿cómo le demostraremos científicamente -una vez más- la existencia de lo astral?.
Es más fácil de lo que parece.
En 1988, astrofísicos norteamericanos descubrieron un fenómeno cósmico extrañí simo: estudiando la rotación de los cuerpos de nuestra galaxia (ese conglomerado de estrellas, espeso en el centro y raleado en la periferia, en uno de cuyos barrios suburbanos se encuentra nuestro Sistema Solar y que sabemos rota a gran velocidad en conjunto alrededor de su centro), observaron que los sistemas ubicados casi en el centro de aquélla demoran el mismo tiempo en completar una rotación que los ubicados cerca de la periferia, es decir, los que están más alejados. ¿Qué tiene esto de extraño?. Mucho.
Por ejemplo, si ustedes, en una palangana llena de agua, arrojan un puñado de papelitos y luego con un dedo comienzan a hacer girar a gran velocidad el agua, van a observar que los papelitos próximos al centro se desplazan más rápidamente que los más alejados, pues al ser independientes unos de otros, sus velocidades varían por el mayor o menor tiempo que emplean para recorrer su trayecto circular. Es el caso de los planetas de nuestro sistema solar, donde la Tierra, por ejemplo, tarda un año en completar una órbita alrededor del Sol, mientras que Plutón, el más alejado, demora 288 años de los nuestros. Para que la periferia de un círculo o disco -que eso es la Galaxia- rote a la misma velocidad que su centro, se necesitaría que todo el conjunto fuese sólido; es lo que pasa con un disco compacto en un centro musical, donde el borde gira a la misma velocidad que el centro pues es una masa homogénea, compacta. El fenómeno deducido por los astrofísicos requeriría que todos los cuerpos de la galaxia se encontraran "pegados" entre sí por algún tipo de lazo material para que la velocidad de rotación los acelere a algunos y la inercia retrase a otros. Pero los instrumentos científicos no detectan ningún tipo de materia, que necesariamente debe existir como aglutinante. Entonces, los astrónomos han creado la expresión "materia oscura" para definirla (pues es "oscura", es decir, invisible a nuestros más sensibles aparatos) y referirse así a ese pegamento cósmico. Y yo pregunto: ¿qué diferencia hay, conceptualmente, entre esta "materia oscura", una clase de materia que no es materia, que no se comporta como la misma, que forzosamente debe existir aunque no la detectemos, y la "materia astral" (excepto el cambio de nombres), si lo "astral" es, precisamente, una forma de la materia distinta a las cuatro que conocemos (sólido, l íquido, gaseoso y plasma) e indetectable físicamente pero que ejerce sus efectos sensibles sobre el mundo material que vemos y sentimos?.
Correlación con la Autodefensa Psíquica: Si en el Todo existe una única sustancia manifestada en infinidad de formas, nuestro pensamiento, a la hora de ser dirigido hacia un objetivo, no tendrá que "saltar" entre naturalezas distintas sino bogar como un navegante lo haría en un único río con distintas densidades de agua. Si todo es en el Todo una sola cosa, no hay diferencia sustancial entre que alguien "piense" con odio sobre mí y su acción refleja en mi naturaleza.

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